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LEGO The Hobbit es el último de los juegos de plataformas estilo collectathon del reconocido fabricante de juguetes danés que en años recientes ha experimentado un renacimiento gracias a su alianza con todo tipo de íconos de la cultura popular, desde Star Wars y Marvel hasta el tema en esta ocasión: la famosa obra infantil de J. R. R. Tolkien cuya adaptación fílmica está aún por concluirse. Aunque el título conserva el marco usual de mecánicas que ha sido funcional a lo largo de innumerables entregas, lo cierto es que la crónica falta de inspiración de este juego, sus problemáticos controles y diseño pobre y forzado lo convierten en el más débil e innecesario de los títulos de LEGO en años recientes.
El juego sigue la trama argumental de las 2 películas de The Hobbit que han salido hasta la fecha, desde la caída de Erebor hasta la expedición de Bilbo y los 13 enanos para reclamar el Arkenstone, la joya que permitirá reconstruir el reino de la Montaña Solitaria, aunque sin mostrar la parte final de dicha aventura. Sin duda, el primer problema de la entrega son los alcances de su línea argumental (derivada del filme), ya que se siente inevitablemente incompleta hasta que tengamos el contenido de la conclusión de la historia. Sin embargo, el apresuramiento que esta decisión delata no sería demasiado cuestionable si no estuviera acompañado de problemas en otras áreas críticas para la experiencia de juego.
The Hobbit es básicamente un collectathon en el que nuestros personajes podrán recolectar todo tipo de piezas LEGO para crear herramientas, reconstruir objetos de cualquier tamaño e interactuar con diversos ambientes. Como es usual en estos títulos, existe un elemento cooperativo muy importante, pues los ítems que cada personaje usa son distintos y contribuyen a solucionar los puzzles, en los que también hay numerosos casos de mecánicas pensadas en 2 jugadores, como jalar poleas al mismo tiempo, hacer contrapesos, ayudar a subir por plataformas, cooperar para destruir ambientes, etc. En el caso de tener un solo jugador, mediante el boton Y podemos trasladar el control a otro personaje de nuestro equipo, por lo que en cierto modo se transmite la camaradería y ayuda mutua que caracteriza las situaciones usuales en la narrativa de Tolkien. Asimismo, el título presenta un elemental sistema de crafting mediante la recolección de ingredientes básicos, lo que fomenta que el jugador destruya constantemente objetos en busca de los materiales para crear los artefactos que nos permitirán avanzar.
Sin embargo, el primer problema se encuentra en el sistema de habilidades mismo, que es bastante arbitrario y nunca logra dar un carácter icónico y distintivo a sus personajes, en parte porque el diseño de puzzles y situaciones es genérico. Se siente como si hubieran asignado un montón de poderes al azar a los caracteres para llenar roles en eventos forzados en lugar de hacer que las situaciones emergieran de manera natural de las características de los personajes.
Los puzzles son obviamente sencillos debido a que están destinados al público infantil, pero resultan extrañamente obtusos y poco intuitivos debido a la arbitraria y defectuosa implementación de las mecánicas para resolverlos, que obliga a los programadores a colocar constantemente letreros con instrucciones para que el jugador se entere de algún comando o movimiento sacado a último momento. The Hobbit se siente como un tutorial de 10 horas en el que alguna mecánica insertada de último minuto debe ser explicada a cada momento. El abuso de explicaciones innecesarias y ostentosas es tan fuerte que en ciertas partes ni siquiera se activan los elementos de los puzzles hasta que golpeas las piedras explicatorias.
El resultado es una experiencia contraintuitiva y forzada, llena de mecánicas banales, intrascendentes y exasperantes, por ejemplo, Bilbo no puede salir de su cuarto porque por alguna razón se colocó una pesada alacena en el pasillo, así que debe reconstruir una parte del piso de su casa (que de manera inexplicable está construida a la mitad) con el fin de dar un golpe de martillo al mueble para que éste se deslice correctamente hasta la pared. Tras centenares de situaciones de este tipo tan sólo en las secuencias introductorias, las palabras de Gandalf para acompañarlo a una gran aventura no podrían caer en oídos más fastidiados y escépticos.
A pesar de todo, los problemas de diseño del juego serían más llevaderos si no fuera porque la interacción con objetos es sorprendentemente mala, arbitraria y poco responsiva, lo cual es particularmente molesto al tratarse de una franquicia de construcción lúdica. Por ejemplo, para mover un objeto cualquiera con un martillo hay que estar perfectamente alineado y apretar el botón de golpe cuando el gráfico de botón aparezca o de lo contrario, tus acciones no tendrán consecuencias: obviamente sería preferible registrar el golpe del martillo en cualquier momento siempre que el ángulo sea adecuado, pero la programación de The Hobbit es incapaz de registrar la colisión entre golpe y objeto si no estás dentro del círculo de acción predeterminado. Lo anterior representa un sacrificio tremendo de jugabilidad a los problemas del código en cuestión de inputs y colisión de objetos y está presente en todo tipo de situaciones y circunstancias.
El humor y el diálogo también representan un nuevo nadir para la serie: nunca se pasa de la más elemental y cansada comedia física, y mucho del encanto e inteligencia que caracteriza a las parodias de LEGO se perdió. Cinemas llenos de clipping narran los acontecimientos, pero es difícil extraer una gota genuina de ingenio durante horas de guión.
El aspecto visual es competente, pero se trata de un juego claramente pensado para la generación anterior, es decir, sigue sin hacer justicia del todo al potencial de las nuevas plataformas. Incluso se puede trabar o sufrir caídas de framerate en escenarios como La Comarca. Estas limitaciones son evidentes en el caso de las paredes invisibles que abundan en el juego. Existen hermosos ambientes, pero la mayor parte de ellos es inaccesible por alguna decisión arbitraria: la cámara del tesoro de Smaug cuenta con un caminito predeterminado, si te sales de él, el personaje se hunde en monedas; si intentas interactuar con un objeto que no puede ser usado, pero que es idéntico a las demás cosas con los que sí es posible hacerlo, tu LEGO se lleva las manos a la cabeza como si lo atacaran ondas cerebrales del espacio; si pisas un pasillo perfectamente a tu alcance, pero que no tiene este fin, te rompes en pedazos, etc. En resumen, las soluciones de diseño que el juego emplea para limitar los escenarios es torpe.
Las horas pasadas con LEGO The Hobbit fueron un coma, una muerte cerebral en la que quedé reducido a pasear durante largas temporadas en caminos predeterminados recolectando LEGOS, como Hanzel y Gretel. El juego te hace sentir como un náufrago a la deriva en un leño, quemado por el Sol y comido por las moscas durante semanas. Es burdo, obtuso e inconsecuente en sus soluciones de diseño y se siente como el más cansado e ineficiente título de toda la saga. Es por supuesto más soportable que los juegos que buscan activamente ser sucursales del infierno, pero no deja de estar lleno de irritantes problemas irresueltos. Es cierto que está dirigido a niños, pero para alguien que pretende que su hijo juegue algo que estimule su mente, lo mejor sería regalarle el libro.
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